Lectura: Romanos 6: 22-23.
Por Vladimir Orellana Cárcamo
Domingo 17 de agosto de 2008.
“El análisis de las palabras es el principio de la instrucción” declara el filósofo griego Epicteto. Como cristianos estamos ante el deber de invertir parte de nuestro tiempo en ahondar sobre el significado que encierran los vocablos de uso más frecuentes en la Biblia. Así por ejemplo, la palabra siervo, demanda un estudio sistemático, dado su empleo constante en el ámbito evangélico. El origen de dicho término viene del latín servus , y según el Diccionario Larousse Ilustrado, ofrece las siguientes acepciones: ”1ª Esclavo// 2ª Persona que durante la Edad Media, dependía de un señor propietario de tierra// 3ª servidor: siervo de Dios”. La primera y tercera acepción de la palabra que nos ocupamos, se aplican en el contexto de las Sagradas Escrituras.
En el Antiguo Testamento, siervo tiene dos connotaciones. La primera significa “criado, esclavo”. Recordemos que en las culturas antiguas, el esclavismo constituyó el modo de producción común a casi todas las civilizaciones del pasado: Grecia, Egipto, Babilonia, Roma, Persia, etc. Israel no fue la excepción, así por ejemplo, Abraham tenía muchos esclavos en su casa (Gén. 14: 14). Algunos siervos, entre los judíos, eran asalariados, (Lev.19:13) en cambio otros, no obtenían ninguna retribución. Los siervos gozaban de algunos derechos (Éxodo. 21: 26-27).
La segunda acepción en el contexto antiguo testamentario es : “siervo de Dios o siervo de Jehová” que proviene de la voz hebrea ebed yahweh , era un título honorífico con el cual Dios nombraba a su pueblo en general (Isaías 41:8), como también a israelitas escogidos por Jehová para emprender grandes proyectos, o caracterizados por su integridad: Abraham (Salmo 105:6) Moisés (Éxodo14:31) Job ( 1:8) Zorobabel (Hageo 2:24).
Por su parte en el Nuevo Testamento, Jesús incorporó en sus enseñanzas, la figura del siervo o criado, para hacer reflexionar a sus discípulos sobre el premio por la fidelidad, o el castigo por la negligencia en cuanto al servicio a Dios (Mat. 25: 14-30). También emplea el vocablo siervo para comparar el perdón de los pecados con la condonación de la deuda de un siervo ( Mat.18: 23-34). Cristo con su sacrificio en la cruz, rompió las cadenas del pecado, y nos convirtió en sus siervos, es decir, en personas que hemos doblegado nuestra voluntad a su señorío. Y como muestra de gratitud, le servimos voluntariamente.
Por su parte, los apóstoles al inicio de sus escritos se identifican como “siervos de Jesucristo” (Fil.1:1) (2ª Pedro 1:1) (Judas 1:1) (Santiago 1:1) (Apoc.1:1). Incluso Pedro exhorta a los creyentes a vivir como siervos de Dios (1ª Pedro 2:15-17).
Otro aspecto que no debemos olvidar es que cuando nos convertimos a Cristo, lo recibimos a Él como Salvador y Señor. A través de la redención del pecado por medio de Cristo, Dios nos adoptó como sus hijos (Rom.8:14-17) pero también lo recibimos como Señor, es decir, como soberano de nuestra vida. Lo anterior significa que ya no hacemos lo que queremos, sino lo que Él nos manda a realizar. Además el acto de recibir a Jesús como nuestro Señor implica que hemos rendido nuestros derechos a su Majestad. Por consiguiente lo que emprendamos en cuanto a servicio cristiano o actividades seculares, si algún mérito obtenemos se lo dedicamos a Dios, pues de Él proviene todo don perfecto. Estimados hermanos, la labor de siervo no desmerita la categoría de ser hijos de Dios, por el contrario la enriquece y dignifica.
Por Vladimir Orellana Cárcamo
Domingo 17 de agosto de 2008.
“El análisis de las palabras es el principio de la instrucción” declara el filósofo griego Epicteto. Como cristianos estamos ante el deber de invertir parte de nuestro tiempo en ahondar sobre el significado que encierran los vocablos de uso más frecuentes en la Biblia. Así por ejemplo, la palabra siervo, demanda un estudio sistemático, dado su empleo constante en el ámbito evangélico. El origen de dicho término viene del latín servus , y según el Diccionario Larousse Ilustrado, ofrece las siguientes acepciones: ”1ª Esclavo// 2ª Persona que durante la Edad Media, dependía de un señor propietario de tierra// 3ª servidor: siervo de Dios”. La primera y tercera acepción de la palabra que nos ocupamos, se aplican en el contexto de las Sagradas Escrituras.
En el Antiguo Testamento, siervo tiene dos connotaciones. La primera significa “criado, esclavo”. Recordemos que en las culturas antiguas, el esclavismo constituyó el modo de producción común a casi todas las civilizaciones del pasado: Grecia, Egipto, Babilonia, Roma, Persia, etc. Israel no fue la excepción, así por ejemplo, Abraham tenía muchos esclavos en su casa (Gén. 14: 14). Algunos siervos, entre los judíos, eran asalariados, (Lev.19:13) en cambio otros, no obtenían ninguna retribución. Los siervos gozaban de algunos derechos (Éxodo. 21: 26-27).
La segunda acepción en el contexto antiguo testamentario es : “siervo de Dios o siervo de Jehová” que proviene de la voz hebrea ebed yahweh , era un título honorífico con el cual Dios nombraba a su pueblo en general (Isaías 41:8), como también a israelitas escogidos por Jehová para emprender grandes proyectos, o caracterizados por su integridad: Abraham (Salmo 105:6) Moisés (Éxodo14:31) Job ( 1:8) Zorobabel (Hageo 2:24).
Por su parte en el Nuevo Testamento, Jesús incorporó en sus enseñanzas, la figura del siervo o criado, para hacer reflexionar a sus discípulos sobre el premio por la fidelidad, o el castigo por la negligencia en cuanto al servicio a Dios (Mat. 25: 14-30). También emplea el vocablo siervo para comparar el perdón de los pecados con la condonación de la deuda de un siervo ( Mat.18: 23-34). Cristo con su sacrificio en la cruz, rompió las cadenas del pecado, y nos convirtió en sus siervos, es decir, en personas que hemos doblegado nuestra voluntad a su señorío. Y como muestra de gratitud, le servimos voluntariamente.
Por su parte, los apóstoles al inicio de sus escritos se identifican como “siervos de Jesucristo” (Fil.1:1) (2ª Pedro 1:1) (Judas 1:1) (Santiago 1:1) (Apoc.1:1). Incluso Pedro exhorta a los creyentes a vivir como siervos de Dios (1ª Pedro 2:15-17).
Otro aspecto que no debemos olvidar es que cuando nos convertimos a Cristo, lo recibimos a Él como Salvador y Señor. A través de la redención del pecado por medio de Cristo, Dios nos adoptó como sus hijos (Rom.8:14-17) pero también lo recibimos como Señor, es decir, como soberano de nuestra vida. Lo anterior significa que ya no hacemos lo que queremos, sino lo que Él nos manda a realizar. Además el acto de recibir a Jesús como nuestro Señor implica que hemos rendido nuestros derechos a su Majestad. Por consiguiente lo que emprendamos en cuanto a servicio cristiano o actividades seculares, si algún mérito obtenemos se lo dedicamos a Dios, pues de Él proviene todo don perfecto. Estimados hermanos, la labor de siervo no desmerita la categoría de ser hijos de Dios, por el contrario la enriquece y dignifica.